domingo, 18 de marzo de 2012

Compartimos nota de Eva Giberti

SOCIEDAD › LA VIOLENCIA SEXUAL CONTRA NIÑOS Y NIÑAS EN CIFRAS

Radiografía de un problema

De los números compilados por dos equipos del Ministerio de Justicia, la autora toma los de la ciudad de Buenos Aires para trazar un paradigma de los delitos contra la integridad sexual en el país y sobre su atención.
 Por Eva Giberti
“En Occidente la sexualidad no es lo que callamos, no es lo que estamos obligados a callar, es lo que estamos obligados a confesar”.
M. Foucault, Los anormales.

En la presentación de estos datos se combina el trabajo de dos equipos del programa Las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos: el Equipo de Violencia Familiar (que desde octubre de 2006 hasta octubre de 2011 asistió y acompañó interviniendo en domicilio a 11.868 victimas) y el Equipo de Violencia Sexual que se inauguró en abril de 2006, durante la gestión del presidente Néstor Kirchner y procede hasta la fecha. Solamente incluiré los datos del equipo que se ocupa de delitos contra la integridad sexual (Violencia Sexual) seleccionando la estadística a partir del año 2008 para no abundar en cifras.
Las que se publican en esta página corresponden a la ciudad, de Buenos Aires y permiten evaluar dimensiones de la violencia de género que habitualmente quedan lateralizadas ante la presencia homicida de la violencia contra las mujeres. No obstante, nuestra actividad en distintas provincias, entrenando a quienes deben intervenir ante estos episodios, ratifican los datos. Que se reiteran en América latina. Solamente en nuestro país, y mediante el programa mencionado, se inauguró una estrategia que se aplica cuando debe intervenir en estos casos, y un acompañamiento de las víctimas en servicios hospitalarios, en áreas jurídicas y familiares. Como consta en las memorias del programa y en la información popular que solicita nuestra presencia.
Los niños y niñas, que en los cuadros se diferencian por los colores tradicionales, rosa y celeste, son víctimas de los adultos, prioritariamente padres, abuelos, compañeros de la madre, tíos o hermanos mayores. Es decir, forman parte de las violencias de género que se desarrollan dentro del ámbito familiar. Documentos espeluznantes escritos por Tardieu, médico especialista en anatomía patológica publicados en 1850 refiriéndose a los padres, sumados a los juicios a violadores desconocidos, a partir del año 1616 (N. Chorier, Vigarello, .G y otros), nos advierten que no enunciamos novedades.
La mayoría de estos datos han sido acompañados por denuncias (lo cual no garantiza la sanción del agresor), pero un porcentaje significativo corresponde a los datos que obtenemos cuando se solicita nuestro acompañamiento y quien solicita ayuda no desea denunciar.
Suponemos que cuando determinadas informaciones se exponen detalladamente en los medios de comunicación sirven como inspiración para quienes asumen el delito contribuyendo en la desaparición de los que deberían ser sus frenos inhibitorios y sociales. La catarata de femicidios, que desde una mirada ingenua se suponen “copia” de otro anterior, nos evidencia las posibilidades homicidas de determinados sujetos, propias de quienes eligen aniquilar dichos frenos inhibitorios –que quizás no se incluyeron en su desarrollo– para gozar mediante el homicidio de una víctima mujer. Tema para la Criminología y la Psicología. Podemos suponer que los datos publicados se constituyen en fuentes de inspiración para el asesino, porque los femicidios por quemazón/incendio de la víctima se reiteran –aunque existieran precedentes– a partir de fines del año 2009, cuando Wanda Taddei instituyó el suplicio.
Pero, cuando se trata de agresiones a niños y niñas, los precedentes son históricos, están fechados hace siglos. Si exceptuamos la victimización de las criaturas mediante la pornografía, que precisa de la técnica del cine y del video, los ataques sexuales a niñas y niños se remontan en el tiempo y parecería que los victimarios domésticos o callejeros no precisaran nuevas formas de inspiración.
La mostración de los hechos horrendos suele incomodar a determinado público. Pero horrorizarse es el inicio de un despertar. Los hechos violentos contra los chicos y las niñas se encubren con la nomenclatura del “abuso sexual”, que neutraliza y difumina las características del ataque. Los adultos eligen ese lenguaje –que es el que los códigos promueven– en tanto y en cuanto aquieta la mente y posterga el saber.
El equipo que interviene ante el pedido de auxilio por violencia sexual, en el año 2011 realizó 1010 intervenciones, se atendieron 937 víctimas de delitos contra la integridad sexual, de las cuales 485 fueron niños, niñas y adolescentes. O sea, la proporción de intervenciones ante la solicitud de auxilio y acompañamiento aumentó en relación con el año 2010.
(Ver cuadros 1 y 2)









Hasta aquí, las evidencias hablan el lenguaje de los gráficos. Sin embargo, encerrado en cada cifra hay una descripción aportada por la víctima, cuyas edades oscilan entre los cero años (bebés) y los 18. Con un corte de cero a cinco años que no incorporo en este artículo.
(Ver cuadros 3 y 4)











Ante estas lecturas se producen varias reacciones. La primera, racional y angustiada, pregunta qué se hace con estas criaturas.
Otra reacción lógica: ¿no se detiene a los atacantes?
Otra reacción emocional intensa: pero esos no son padres, son monstruos.
También se pregunta: y ustedes, ¿qué hacen frente a estas cosas?
Es decir, múltiples reacciones, pero raramente surge la reflexión. ¿Qué sucede con las familias, con los adultos? y ¿de qué se trata la famosa frase de la Convención de los Derechos del Niño: el niño, la niña son sujetos de derecho?
Buscar culpables, más allá de los atacantes, paradójicamente reduce y amplía el problema al institucionalizarlo porque se encuentran muy rápidamente las responsabilidades de los otros. Que sin duda existen. Existimos. Pero si se produce un corrimiento del conflicto hacia lo jurídico y lo administrativo característico del liberalismo, se desemboca en un “desplazamiento de la política”, como diría Chantal Mouffe. Y el abordaje del tema exige, o por lo menos propone, un quehacer político que sostenga las luchas contra estos delitos.
Si ilustro con estos gráficos, producto del trabajo profesional de los equipos intervinientes en terreno y de los equipos de estadística e informática que forman parte del programa Las Victimas contra las Violencias, es porque la denominada violencia de género, que orienta la atención hacia las mujeres golpeadas, arriesga un deslizamiento ideológico que podría capturar las alternativas de estas violencias mediante el efecto de fascinación que la frase ejerce, al mismo tiempo que oscurece la figura del patriarcado. ¿O de dónde se supone que provienen los ataques sexuales a estas víctimas de cero a cinco, de seis a diez y de once a quince?
Las respuestas, análisis y consideraciones resultantes de estas evidencias no son las que podrían incorporarse en un artículo que, además, precisaría instalar una serie de matices. Esta publicación corresponde al derecho que tiene la ciudadanía de estar informada y conocer las estadísticas disponibles.

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